Sofía Hegel

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Venciendo la batalla contra la anorexia


Los trastornos alimentarios son un problema latente en nuestra sociedad y afectan de distintas maneras. La concepción general es que estos surgen debido a un miedo a la gordura, pero la realidad va mucho más allá de eso y en algunos casos resulta ser una reacción a diferentes problemas que afectan la vida de quienes lo padecen. Soy Sofía, tengo 33 años y esta es mi historia.

Desde el día que nací mi vida fue un milagro, de niña crecí en una familia normal ante los ojos de la sociedad guatemalteca, nunca viví un trauma fuerte y tuvo todo lo material que pude haber necesitado. Crecí con ambos papás economistas y fui bailarina de ballet desde los 5 años. En ambos escenarios se me exigía mucho y como consecuencia creé un monstruo en mi cabeza de expectativas que no podía llenar, de mi deseo de ser perfecta en todo y ser siempre la mejor.

Desde niña comencé a presentar síntomas de anorexia, limitaba mucho mi comida, hacía ejercicio excesivo, desde las seis de la mañana me levantaba a hacer ejercicio y en el colegio, durante la clase de atletismo, corría más de lo que se me pedía que hiciera y no me quitaba el sudadero.

A pesar de todo, siempre fui una niña feliz, pero la ausencia de una identidad fue lo que más me afectó. Sabía quien era en cuanto que era la hija de alguien, la amiga de tal persona, pero no tenía definido quién era Sofía. Lo mismo sucedió cuando, durante la adolescencia, ponía mi seguridad en un algo o en un alguien. En el colegio fui parte del grupo de las “populares” y estaba rodeada de gente, en ese entonces era bonita pero yo me creía la más linda de todas y esa noción de belleza era todo para mí; y así como esto también a la delgadez le daba un valor irracional, cuando en realidad esa noción no vale nada.


Entre mi mundo, mi familia, el colegio y el ballet, las exigencias que me rodeaban, el deseo de ser perfecta, el que nada de lo que hacía era suficiente y el no encontrar mi propia identidad creó en mi esa necesidad de control y se formó un monstruo en mi cabeza.

Al graduarme, viajé a Inglaterra a estudiar negociación y entonces salí de la burbuja de la familia y de Guatemala, me enfrenté a un mundo distinto, comencé a vivir sola y mi vida se convirtió en un desorden. Siempre fui aplicada, entre los estudios y los viajes trataba de huir de mi problema, pero a dónde fuera cargaba con un infierno de ansiedades, de continuar exigiéndome ser perfecta y de la anorexia. Luego viajé a Florencia a bailar ballet y allí comenzaron las exigencias sumamente duras, entonces mi dinámica se basó en aumentar ejercicio y disminuir comida.


“Para mí, mi belleza había significado tanto y perderla fue horrible. Destruí mi cuerpo”.

Cuando regresé a Guatemala me descontrolé totalmente. Comencé a practicar triatlón y disminuí la comida a tal punto que, para las últimas competencias, las hice con nada más que un Gatorade en el estómago. Nadie más que mi novio y mis amigas se dieron cuenta del problema hasta que en un viaje a San Francisco con mis papás, en el hotel me desvestí y entonces se dieron cuenta. A este punto ya era demasiado evidente: la piel se me puso velluda, mis períodos de menstruación se interrumpieron, se me cayó el cabello y los dientes. Para mí, mi belleza había significado tanto y perderla fue horrible cuando destruí mi cuerpo.

Era tal mi malestar que fui al doctor a realizarme una hematología y él me dijo que me ingresaba inmediatamente al intensivo, estuve allí por un mes y nada mejoraba. Llegaron a visitarme psicólogos, psiquiatras y le dijeron a mi papá “no podemos hacer nada porque Sofía no reacciona”.


“La obsesión era tan fuerte que no podía comer”.

Mi actitud era horrible y nada correcta, apagaba las máquinas y les tiraba la comida. Entonces me llevaron a Miami a un tratamiento de 30 días, una vez ingresada les mentí a todos, engañé a mi psiquiatra e hice que me dieran de alta. Sabía lo que querían escuchar y los manipulé, les dije que me había curado, pero no era cierto. Los psicólogos, doctores y psiquiatras no me curaron y estoy consciente que ellos eran solo herramientas que me ayudaron a sobrevivir, pero yo no mejoraba y en el proceso tuve un total de 20 ingresos al hospital.

En una ocasión fue tal mi desesperación que me enojé con mi mamá, me fui de la casa a vivir a un apartamento en dónde estudiaba sin cesar y pasaba “matándome” del hambre. Mi rutina se volvió tan desordenada que un día amanecí y lo había perdido todo: mi novio, mis amigas, vivir en mi casa. Nada era seguro, los problemas eran graves y por eso todos se fueron de mi vida. Lo único que me quedaba era la universidad y el trabajo, y terminaron por sacarme de ambos.

Ese día me sentí tan frustrada que fui y regresé caminando a la Antigua, al llegar a mi apartamento me dio un bajón de potasio que me provocó un infarto, logré llamar a mis papás y me llevaron al intensivo por 3 días. Después viajamos a México a un centro de desórdenes alimenticios.


“Intentaba compensar todo lo malo que hacía con algo bueno”.

Fue un infierno, me volví peor allí dentro y a los cuatro meses llamaron a mis papás para decirles que no podían más con mi caso y me expulsaron del centro. Al regresar a Guatemala me advirtieron que no venía a vivir mi vida normal, sino que me ingresaban en un psiquiátrico, nadie quería cuidarme así que ingresé a este lugar con pacientes mentalmente desequilibrados. Durante ese tiempo no volví a comer nada por la boca porque era tal mi sufrimiento, entonces me hicieron una operación y me conectaron a una máquina por año y medio, vivía a través de la sonda que me conectaban a las seis de la mañana y a la que tenía que regresar cada tiempo de comida.

A pesar de mi gravedad y paralelo al proceso de la sonda, me permitieron trabajar y asistir a la universidad donde estudié un Bachelor Bussiness Administration en ESI Bussines School. Durante ese tiempo me invitaron a un retiro religioso, estar allí me volcó el corazón y desde ese momento busqué a Dios hasta por debajo de las piedras. Entonces le pedí ayuda a mi papá y sin decirle a nadie, me ingresó al hospital, me quitó el aparato y me dijo: “luchá”. Allí tuve que comer mi primera cucharada de alverjas, me tardé 3 horas para comerme esa cucharada, el temor de vencer mi enfermedad y volver a comer por la boca era un miedo muy grande.

Para entonces pesaba 50 libras, me consumí, estaba deforme, no podía pararme ni caminar, no tenía dientes, no tenía pelo. Entonces me comenzaron a colocar metas para mejorar. Cuando pesé 70 libras, me llevaron a Argentina y fue un gran logro; además logré regresar a la UFM a terminar mi carrera de Psicología Industrial hasta graduarme. En ese tiempo trabajé en una multinacional en el área de gerencia, logré subir a 77 libras y mi vida estaba un poco estable. En ese tiempo mi papá se metió en política y le fue muy mal, el era mi ídolo y bajo esa situación comencé a buscar ayuda porque yo sabía que me venía para abajo al verlo así de mal.


“Estuve 5 meses internada, pero mi anhelo era graduarme, así que estando allí dentro me asignaron un asesor y junto a él estudié hasta que me gradué”.

Me refugié en los estudios y apliqué a una beca de maestría en relaciones internacionales y apertura de mercados en Barcelona. Estando allá bajé a 65 libras, entonces me citó una psicóloga catalana, ese día una abogada por orden judicial me ingresó a un psiquiátrico. En España no era como en Guatemala, donde tenía visitas y un jardín, allí todo era blanco y no tenía potestad sobre mi vida. Pasé desaparecida por 3 semanas, nadie supo donde estaba ni tuve contacto.

Estuve 5 meses internada, pero mi anhelo era graduarme, así que estando allí dentro me asignaron un asesor y junto a él estudié hasta que me gradué. Lo único que me daba fuerzas era un pequeño libro de Joyce Meyer el cual tenía citas bíblicas que repetía noche y día.

En diciembre de ese año regresé con el sueño de trabajar en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Mi mamá es diplomática y me dijo que en el estado de enfermedad en el que estaba no me iban a aceptar. Pero a pesar de ello en septiembre del 2012 fui nombrada primera secretaria de Naciones Unidas en el área de política multilateral y Cancillería.

En ese tiempo conocí a Helena Dávila quien me introdujo a la lectura de la Biblia y me cambió la vida, porque en mi cabeza existían un sinfín de pensamientos que me condenaban a vivir en una completa esclavitud a la enfermedad.


 “Un 31 de marzo le confesé a Helena lo que había hecho y allí dimensioné la gravedad de ello. Ella me consoló y me explicó que yo era digna de ser perdonada y amada por el sacrificio de Cristo y mi vida dio un giro completo, y acepté a Jesús en mi vida”.

La enfermedad de anorexia es un proceso duro de superar, recuerdo que una vez una psicóloga me dijo que es como subir el monte Everest, conforme más me acercaba a Dios las cosas se iban haciendo más difíciles. No fue un milagro pero Dios comenzó a actuar en mí, porque cuando Él entró a mi vida yo encontré mi identidad. Comprendí que mis dones y talentos Dios me los dio y que no tengo que llenar las expectativas de nadie. Decidí comenzar a luchar y enmendar mi situación. Comencé a luchar sola, me quité los ansiolíticos y las pastillas, cuando me sentaba a la mesa, frente al plato de comida y colocaba esta cita bíblica: “con Cristo estoy juntamente crucificada y ya no vivo yo más que Él vive en mí”, la leía y me metía un bocado de comida.

Cuando nació Fátima, mi sobrina, la sostuve en mis brazos y comprendí que el amor de Dios no se basa en mis méritos ni en la perfección, sino sólo por el hecho de existir. Cuando comprendí todo esto, dejé que Dios ingresara a mi corazón y hoy, para mí, la lucha contra la comida ya no existe, peso 87 libras y con este cuerpo estoy viviendo plenamente, me estoy gozando la vida como nunca antes. Mi meta es llegar a pesar 100 libras para convertirme en mamá, porque el cuerpo que habito no me permite serlo.

Mi problema nunca fue por gordura, fue por mi inseguridad y basar mi felicidad en otros y un sentimiento de controlar todo a mi alrededor. Con la anorexia yo controlaba todo. Mi problema fue mental y físico, que terminó por enraizarse en lo espiritual.

Estoy muy consciente que encontrar a Dios me sacó de la enfermedad, porque mi espíritu seguía con vida pero físicamente me declararon muerta 3 veces. En una época estaba pesando 50 libras y orinaba mi proteína humana, mi cuerpo estaba colapsado. Tenía la cabeza llena de porquería que tuve que sacar aprendiendo citas bíblicas.


“Nunca me quise morir, siempre quise luchar”.

Entendí que la vida es de procesos, además que nuestro papel es poner de nuestra parte y hacer lo mejor posible. No tengo que ser perfecta, el aceptarme y que Dios ya me ama hace que viva en paz, todo lo demás no es real. Eso me hace feliz, llega un punto en el que tienes que dejar que entre lo bueno a tu vida, a tu cuerpo y a tu espíritu.

Nunca me quise morir, siempre quise luchar. Estoy consiente que mi vida estuvo al borde de la muerte muchas veces y yo no reaccionaba para mejorar. La obsesión era tan fuerte que no podía comer. La gente me juzgaba, pero sé que no lo podían comprender.

Ahora formo parte de un grupo de 25 mujeres que están luchando contra esta enfermedad, en el grupo hay quienes necesitan que las monitoreen hasta que logren estar solas y una atención mucho más estructurada, yo lo necesité. Sé que la ayuda espiritual no es su suficiente en ciertos casos, en el mío sí, pero no funciona igual para todos. Es por esto que en un futuro mi mayor anhelo es abrir una Fundación integral para la mujer donde se encuentre toda la ayuda posible que yo quise tener y no encontré.

Ahora tengo todo lo que quiero en mi vida, tengo energía, hago mis tres tiempos de comida y no puedo saltármelos. Me dedico a comer sano. Los domingos me dedico a mí, me encanta poder salir a caminar y disfrutarme un helado de vainilla. Mi milagro es comer en paz y sin culpa. Tengo el mejor trabajo del mundo en el cual me dedico a promover el emprendimiento en Guatemala donde apoyamos emprendedores a hacer sus ideas de negocio una realidad.


“Hay que mostrarle, especialmente a las niñas, que los dones que Dios les dio es lo que las hace perfectas. Que nadie en la sociedad las puede hacer sentir menos de lo que son, que ya nacieron perfectas y que tienen todo en la vida para ser felices”.

Para vencer una enfermedad tan fuerte como la anorexia y para prevenirla, es sumamente importante reforzar el autoestima desde pequeñas. Hay que ayudar a los niños a encontrar su propia identidad y que basen su autoestima en eso, no en lo material, ni hijos de quien son ni a qué grupo del colegio o de la sociedad pertenecen. Hay que ayudar a poner límites y ser disciplinados, no en la medida de las exigencias extremas. Especialmente los padres deben de poner estos limites, creo que es importante estar pendientes y alerta de cualquier conducta anormal y actuar de inmediato, no quedarse esperando a que pase algo peor.

Cada día entendiendo más mi propósito, estoy segura que Dios me dejó en esta tierra por una misión muy grande. Sé que todo estaba dentro de su plan perfecto para mi vida, aunque aún mi corazón anhela muchas cosas y aún tengo muchísimas metas y sueños que deseo alcanzar, ya soy totalmente feliz. Ahora no me hace falta nada pues encontré todo lo que necesito en Él y ahora mi seguridad no está puesta en una carrera, un trabajo, ni en personas ni en cosas, mi seguridad esta puesta en Dios y en lo que él hizo y está haciendo en mi vida.


Redacción: Lourdes Galindo

Fotografía: Luis Pedro Chang y personales

Maquillaje y peinado: Social Statement Salón


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