LA HIJA DEL REY

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Más de 100 mujeres participaron en el certamen Rabín Ajaw. Lesly López Cabrera ganó el título y es la representante de la belleza indígena que busca rescatar tradiciones y costumbres mayas. Este año coronará a la siguiente afortunada, esta es su historia.

Concepción Chiquirichapa, en Quetzaltenango, es la puerta al territorio mam. Se encuentra entre los 125 municipios con mayor pobreza y pobreza extrema del país, según la Secretaría de Planificación y Programación de la Presidencia (Segeplan). La mayoría de sus pobladores, 7 de cada 10, son jóvenes. Chicos y chicas que deben caminar por caminos agrestes y largos para llegar a centros de salud, escuelas, o, se ven forzados a migrar a Estados Unidos para enviar dinero a sus familias y dotar sus viviendas de servicios básicos.

La vida para las jóvenes no es fácil, “sobre todo si provienes de una aldea: en la cabecera municipal te discriminan por tu forma de hablar, utilizar tu traje o tus costumbres”, cuenta Lesly Marisol López Cabrera, de 20 años.

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Es secretaria bilingüe, habla inglés, español y mam, narra su historia detrás de un escritorio en el Fondo de Desarrollo Indígena Guatemalteco (Fodigua). Uno de los premios del certamen Rabín Ajaw, o Hija del Rey en q´eqchi´, era optar por una plaza, durante un año, en la entidad y ella decidió tomarla para acompañar a otros y otras jóvenes, y, ser ejemplo a través de su experiencia de vida.

Su cabello negro azabache está atado, sus ojos son oscuros y grandes, curiosos por conocer el mundo. Su voz resulta agradable, firme y rítmica, como la de quien está acostumbrada a declamar o dar discursos. Dice estar orgullosa porque después de 19 años ganó el certamen “Hija del Pueblo” una mujer de Duraznales, su aldea. El próximo peldaño a escalar era Rabín Ajaw, “desde que escuché de la competencia, soñaba con estar entre las 13 semifinalistas”. No deseaba la corona, solo fortalecer sus lazos de amistad con otras jóvenes.

Para optar por la corona de Hija del Rey, el alcalde municipal debía inscribir a las candidatas, según las bases del Comité del Festival Folklórico Nacional y la Municipalidad de Cobán. Cada aspirante debía garantizar que reunía los requisitos indicados en las bases: ser soltera, saber leer y escribir, dominio de su idioma materno y español, tener entre 18 y 24 años, no estar casada o tener parentesco con miembros del jurado. También se comprometían a cumplir con las responsabilidades de su cargo.

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Mami, ¿será posible que lo logre?

Todo es posible si te lo propones y te pones a estudiar.

En la primera fase del concurso calificarían el desenvolvimiento ceremonial y costumbrista, evidencias de liderazgo, expresión clara en su idioma materno y español, y desarrollo de temas que iban desde la importancia de la conservación del medio ambiente y las comadronas hasta el papel de la mujer para el desarrollo social, educativo y cultural en el país. Cada día su familia le llevaba libros, periódicos y documentos para elaborar un discurso; visitaba la Oficina Municipal de la Mujer para conocer la situación de su comunidad, visitaba a las abuelas para que le compartieran sus conocimientos ancestrales. “Señor, ayúdame para no quedarme dormida”, pedía en sus plegarias. El Sol despuntaba y la descubría leyendo.

Lesly pertenece a la red de jóvenes de su comunidad, “no tengas miedo, preparate”, la incentivaban sus amigos. Su hermana le ayudó a elaborar su discurso, pero no lo sentía suyo, así que decidió volverlo a escribir. Acudía a un pedagogo del área, un hombre que vive los valores de la cultura mam, conoce de cosmovisión y domina el idioma oral y en escritura. Borraba aquí, tachaba allá, “si te enojas no me importa”, decía y ella obedecía. Repetía una y otra vez su discurso para transmitirlo en dos minutos, según las bases del concurso, “derecha, apréndelo bien, de lo contrario no vayas”, le decía su madre. “Mami, eres muy dura”, respondía Lesly. “Mi mamá cursó hasta segundo primaria, pero anhela que sus hijos encuentren un futuro mejor y den lo mejor de sí”.

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Algunos días antes del concurso ya no quería ir. Su familia le dio un té de hierbas, “para curar los nervios”, y se marchó a Cobán. Llegó para compartir con las demás concursantes, aprender de ellas y disfrutar la experiencia, “respeta todas las culturas y las diferentes prácticas religiosas”, le recomendó su abuelita. Otras compañeras no pensaban lo mismo, “yo vengo por la corona”, solían decir y no compartían con las demás. “Pase lo que pase, no vayas a llorar”, le aconsejaron en casa.

En el certamen, llegó el momento de hablar sobre un tema: acceso a la información y transparencia. Abrió los ojos y recordó una plática con su papá, “los políticos prometen, pero no cumplen, por eso en las comunidades hay tantas carencias y los jóvenes deben migrar a Estados Unidos…”, así la vida en las aldeas, y ese fue el punto generador de su disertación. En la primera fase quedó entre las 13 semifinalistas, la única representante de Quetzaltenango.

En la segunda fase calificarían autenticidad del traje ceremonial, baile del Son de su área, conocimiento y dominio del tema a desarrollar en su idioma materno y español; espontaneidad y claridad en la sección de preguntas. Ese día lucía una cinta enrollada en la cabellera, güipil de pájaros grandes de colores azul, morado y verde y un corte oscuro, quedó entre las 5 finalistas. Su familia seguía el concurso por Internet hasta el momento de la coronación, “empecé a reírme de los nervios y después me puse a llorar”, cuenta Lesly al recordar aquellos minutos. Había ganado la corona que tantas mujeres añoraban y debía regresar a dirigir a un grupo de jóvenes y aspirantes.

Ahora se sabe ejemplo para más personas. Reconoce que debe empoderar a otras mujeres y jóvenes y abrir brechas para abolir la discriminación. Desea que su aldea se desarrolle y eduque, algunas chicas se le acercan y le dicen “quiero ser como tú” ella les responde, “vamos, estudiemos. Si no estudias no lograrás tus sueños, trázate metas, sé responsable y respetuoso”.

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