SAILING LESSONS WITH ANDREA ALDANA

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Hubo un momento en la historia de Andrea Aldana en el que su madre, ex primera raqueta de squash, vio a unos surfistas domar las olas en costas guatemaltecas. ¡Esto haremos!, les dijo a su hija, que entonces tenía 11 años, y a su hijo, de 6. Ella sembró en sus retoños el amor por el deporte y el mar.

A los 13 años asistió a su primera competencia internacional de surf, en Ecuador. “Ese mundial fue una experiencia shockeante por el hecho que llevábamos la bandera de Guatemala. Me sentía orgullosa. Siempre me gustó esa sensación y desde ese momento busqué representar a mi país”.

Andrea admite tener una atracción hacia el agua, “cada vez que pasan tres o cuatro semanas sin ir al mar siento como si las escamas se me estuvieran secando. Necesito estar en el agua”. Quizá por esta razón a los 15 se sumó a un curso de vacaciones que ofrece la Asociación Deportiva Nacional de Navegación a Vela de Guatemala. Las clases eran en Amatitlán. Por esos días una generación de futuros atletas profesionales, en su rama, también practicaban: Juan Maegli y sus hermanas, Jason Hess y sus hermanos, Cristina Guirola y sus hermanos.

Fue la primera mujer velerista guatemalteca en llegar a unos Juegos Olímpicos. Aunque el camino en altamar no ha sido fácil y casi se retira, los vientos soplaron en otra dirección. Ahora busca clasificar a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 en una nueva embarcación y con un nuevo compañero de equipo, ¿qué motiva a Andrea Aldana a continuar su travesía?

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The more you train…

De los 15 a los 20 años empezó a conocer el velero, a practicar más. “Mi entrenador siempre dice: ‘the more you train, the lucky you get’”, cuenta Andrea. Después del curso empezó el colegio, los martes, miércoles, jueves y sábados un bus iba por ella para entrenar de 16:30 de la tarde a las 18:00 horas. Regresaba exhausta a casa, a las 20:00 horas.

Algo sucedía en el lago de Amatitlán y la Federación y el Comité Olímpico Guatemalteco no lo pasaron por alto. Empezaron a apoyar a Andrea. “Me enviaron un mes a Cuba, después a campamentos en otras partes del mundo y me proporcionaron todo hasta que mi papá, José, me compró mi propio velero”, cuenta la atleta.

Al graduarse del colegio, su entrenador le sugirió tomarse un año sabático, “Me dediqué solo a velear y participar en competencias internacionales. En 2010 la Federación aplicó a una beca para un programa para naciones emergentes, creado por la Federación Internacional de Vela, que se llevaría a cabo en Australia. En ese país sería la primera clasificación para los Juegos Olímpicos a celebrarse en Londres 2012”.

espués de dos días de viaje hacia Australia, había que tomar otro vuelo de cuatro horas. Al llegar los participantes veleaban por dos horas, con viento fuerte y después 45 minutos de spinning al gimnasio. Practicaban posiciones de tórax y piernas y entrenaban con un equipo de rugby, la experiencia fue dura pero elevó su nivel.

No existen condiciones ideales para navegar porque el viento siempre cambia, resulta subjetivo. Andrea explica, “la velocidad del viento se mide en nudos: de tres nudos para arriba se puede navegar. A mí me gusta una condición con viento dentro de 10 a 14 nudos y sin olas, así era en Amatitlán. Cuando se conjugaban ambos factores en cualquier país siempre ganaba, pero en Australia veleaban con 2 metros de olas y 20 nudos de viento. De ahí la importancia de viajar a otros lugares y velear en mar”.

SAILING LESSONS WITH ANDREA ALDANA

Su meta fue siempre clasificar a los Juegos Olímpicos de Londres 2012, “primero porque es el evento mundial más reconocido en el deporte. Llegar es el premio a tanto esfuerzo”. Ese año, en el campeonato mundial para clasificar, en Boltenhagen, Alemania, la acompañaba José Padrón, su entrenador. “Él fue una de las personas que más creyó en mí. Sabía que yo podía hacerlo y eso me ayudó. Esa competencia fue una de las mejores: estaba súper entrenada, concentrada, en paz conmigo y con Dios. Todo era perfecto y el resultado fue maravilloso”. Alcanzó su cometido convirtiéndose en la primera mujer en su disciplina en participar en unos Juegos Olímpicos. Tres meses antes partió para entrenar y velear. En las justas olímpicas quedó en el puesto 32. “Al regresar fue una locura porque (Erick) Barrondo había ganado una medalla. Las personas lo celebraban a él y a toda esa delegación. El hecho que una medalla pueda, por un momento dar felicidad a todo un país y unirlos, eso es algo que quiero volver a experimentar: ganar para traer felicidad”.

Después de 2012 conoció a Ricardo, “me dije: bueno, ya es tiempo de pensar en mí, ya puedo tener novio”, recuerda. Él la apoyó en sus viajes y entrenos, también es deportista, él hace enduro. En 2014 fue la campeona de Centro, Sur América y el Caribe. Sin embargo, ese año la vida traería consigo una situación inesperada.

“Estaba en un buen nivel pero me cambiaron de entrenador. Fue algo feo para mí, no estaba de acuerdo con esa decisión”, recuerda Andrea. En los Juegos Panamericanos del año siguiente obtuvo resultados que no la hicieron sentir muy bien, “fui solo una expectadora, empecé a creer que quizá no era tan buena después de todo y quedé muy mal. En 2015 no clasifiqué a Río 2016”.

Ricardo fue su apoyo incondicional en los momentos duros. Pero la vida continúa y lo más importante es levantarse después de una derrota. “Mi mamá siepre me dice: Usted puede lograr todo lo que se proponga en esta vida porque ¡Todo lo puedo en Cristo que me fortalece!”.

Pasado el tiempo Ricardo y Andrea se comprometieron y ella estaba pensando en retirarse de la navegación a vela, ya no sentía la misma motivación. Estaba cansada. Le comentó a su esposo: “ahorita quisiera cambiarme de embarcación pero ¿a cuál? No puedo buscar una nueva y los otros barcos son de dos personas. Si quisiera ir a otros juegos olímpicos tendría que buscar a algún compañero o compañera, pero ¿quién? Soy una persona que cree mucho en los planes de Dios y sé que son perfectos”. Andrea esperaba una respuesta.

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Cambio de vientos

¡Hola!

¡Hola! ¿qué pasó, en qué te puedo ayudar?

Estoy pensando hacer este velero que se llama Nacra.

Sí, lo he escuchado…

Al otro lado de la línea estaba Jason Hess, preguntándole si quería iniciar junto a él una campaña olímpica para intentar clasificar a Tokio 2020.

El 2017 fue un año de transición para Andrea. Se casó en enero y a los cuatro días se fue a la primera competencia en Miami utilizando la nueva embarcación. Fue un cambio drástico, en el Laser Radial iba sentada y en esta debía estar parada y enganchada a un trapecio para hacer contrapeso al velero. No les fue muy bien durante esa primera experiencia ya que se lastimó mucho porque es una embarcación rápida y peligrosa. Pero han continuado entrenando y buscan nuevas formas de mejorar. Ahora su guía es Mitch Booth, dos veces medallista olímpico y 18 veces campeón mundial. La primera sesión fue en octubre del año pasado. Otro de sus entrenadores es el ex preparador físico del AC Milan (equipo de fútbol) Cristian Iriarte.

Durante esta travesía Andrea a aprendido que debe entrenar no solo su cuerpo, también su mente, “no puedes dejar que tus emociones manejen lo que sabes hacer. Poner un pie en el agua significa olvidar lo que está pasando en la tierra y concentrarte solo en el momento. Esto resulta un reto porque a veces se tienen problemas y tu mente empieza a divagar y resulta un riesgo porque no se puede dejar pasar la racha de viento”.

Ella sembró en sus retoños el amor por el deporte y el mar.

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