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Así es como el ejercicio de la maternidad cambió junto a una nueva generación de niños para Tuti Furlán, Andrea Alcázar y Nicté Serra.
Tuti Furlán
Hijas: Fernanda, 9. Belén, 7
“Creo que una de las cosas más importantes, porque posiblemente he cambiado muchas y tal vez he mantenido otras, es tratar de no imponer un juicio sobre lo bueno y lo malo de la sociedad. En mi caso estuvo ligado a la religiosidad, a lo que entonces se creía bueno, aceptable, malo, pecado etc. A mis hijas les inculco no juzgar a las personas o sus acciones. Analizar y ayudarlas a concluir por sí mismas qué es bueno y qué es malo, no solo imponer ideas porque sí, explicar las consecuencias positivas y negativas, cómo afecta a los demás y por qué los afecta.
Más que un cambio en la crianza tiene que ver con generaciones: los niños de ahora cuestionan, quieren saber más allá de lo que sus papás dicen. Es un reto grande pues esperan honestidad y análisis profundo de las circunstancias. Tienen una capacidad crítica y analítica más grande, más afinada. Creo que no se trata de comparar estilos de crianza, en mi etapa de niña la educación era diferente respecto al acceso que teníamos a la información, no teníamos esa capacidad de cuestionarnos tanto. La manera en la que padres e hijos nos comunicábamos respecto a ciertos temas era tabú, hoy por hoy procuro que no lo sea. No digo que sea peor o mejor la educación de antes. Lo que viví fue lo que mejor me hizo en ese momento, conforme crezco me cuestiono algunas cosas, voy cambiando otras y trato de hacerlo con ellas. Posiblemente cuando a ellas les toque descubrirán que yo también tenía creencias y cometí errores y ellas harán las modificaciones necesarias. Yo sé que mis papás nos criaron mucho mejor de lo que a ellos les criaron. Entre las prácticas que me han funcionado bien se encuentran la honestidad y la verdad al nivel que mis hijas lo necesiten: hay cosas que tal vez no sé explicar y en lugar de decir “no, estás pequeña”, hablar con la verdad “no sé cómo abordarlo, dejame investigarlo y puedo darte una respuesta, o, puedo acompañarte y podemos buscarlo juntas”. Como persona me debo revisar constantemente cómo les hablo a mis hijas, si las respeto, cómo respeto mi entorno y trabajo, ser consciente del ejemplo que doy, la importancia con el tiempo de los demás, modelar en todo momento lo que yo creo que me hace ser mejor humano”.
Nicté Serra de Piñol
Hijos: Javier 24. Adrián 21.
La vida te forma y transforma a golpe de reto, criar hijos y vivir para contarla, el reto mayor. Corren tiempos de excesos: información, diversión, conectividad. Los chicos viven inmersos y a veces naufragan en mundos digitales. Tiene relación con el modelo de educación porque define el cosmos que habitan. Educar con acierto y templanza a mis hijos ha sido un desafío grande y la misión más emocionante.
Fui educada en un mundo 100% femenino, en una casa alegre y bulliciosa en donde la líder fue mi mamá. Mi papá murió cuando yo, la mayor de 4 hermanas, tenía 9 años. Nuestro régimen fue casi militar. Las reglas eran las reglas, sólidas. Los castigos por incumplimiento definidos. La exigencia académica, contundente: notas de 85 para arriba, por debajo implicaban castigo: no ir a algún cumpleaños o no ver televisión. Incumplir era incuestionable. Hacíamos nuestra cama a diario, ¿olvidarlo? craso error. La comida era sagrada, el desperdicio inadmisible. Tuvimos reglas que por claras fueron beneficiosas. Sembraron semillas de disciplina y auto gobernanza. Durante la adolescencia el reglamento creció: horarios, mesura en salidas y conversaciones telefónicas, etc. Cambiaron los castigos. Desde no poder hablar por teléfono, hasta no salir durante un mes. Así crecimos, protestando pero sin cuestionar. Durante la niñez de mis hijos procuré un modelo similar, con claridad. Mientras son pequeñitos es viable. ¿Dentista? No preguntamos, lo llevamos y listo. Pero crecen, todo muta cuando llega la adolescencia. Cambia el ambiente y por ende cambia la respuesta. También cambió la terminología. La psicología moderna complica la misión milenaria de educar. Ahora se llaman límites, no reglas, los castigos son consecuencias, a veces es confuso. La “Adolescencia siglo XXI” es compleja. Todo se ha multiplicado. Sin aviso, surgió un fenómeno colectivo, los jóvenes empezaron a manejar su voluntad, a decidir sin consultar, sin suficiente madurez. Siempre cuestionan pues son dueños de la información. Mis hijos ya son adultos pero la tarea continúa. En medio del desafío que supone criar, a pesar de errores y por encima de aciertos, aprendí que en pleno conflicto el afecto es primordial, que se sientan amados, indispensable. Silencios, indiferencia o violencia no corrigen, construyen distancia. Necesitan presencia, comunicación cercana y franca, sentir confianza. Las consecuencias deben ser congruentes e inmediatas. No existen 2 hijos iguales. La rigidez es peligrosa, produce rebeldía. Equivocarnos es inevitable, la imperfección es enseñanza”.
Andrea Alcázar
Hija: Ana Belén, 3.
“Fui criada en un hogar donde hubo mucho amor, me enseñaron el valor de la fe y la familia, esto es algo que estamos replicando y tratamos de enseñarle a nuestra hija a través del ejemplo. Tengo a mi mamá, hermanas y amigas más cercanas cómo excelentes ejemplos de mamás.
Empecé mi maternidad con miedo porque no quería hacerle daño a mi hija, poco a poco fui aprendiendo de ella y con ella a ser mamá y ser la mamá que ella necesitaba, también aprendí a escuchar mi instinto y escucharla para poder saber qué es lo que necesita y cuando. Lo que me ha funcionado con Ana Belén es hablarle, honesta y abiertamente, también escucharla con la atención que requiere y merece. Los niños entienden todo, aunque no nos lo hacen saber, absorben, luego lo repiten y replican. Ahora que ella habla más es un poco más fácil comunicarnos y me estoy disfrutando escuchar sus opiniones, ideas, experiencias e historias. Creo que no por ser la adulta y ella la niña lo sé todo y ella tiene que aprender de mí, al contrario, creo que soy su ejemplo y guía pero ella es mi maestra. Creo firmemente que el ejemplo arrastra y es por esto que cada día yo trato de dar lo mejor de mí para mí y para mi familia, si yo estoy bien mi hija va a estar bien, en todos los sentidos (fe, salud, trabajo, familia, relaciones, etc.). La fe es un pilar muy importante en nuestra familia, Dios, la Virgen María y la Sagrada Familia son nuestro ejemplo. Creemos que la buena comunicación es esencial, queremos que Ana Belén crezca en un hogar en el que sepa y sienta cuánto la amamos, respetamos, escuchamos, valoramos y apoyamos y que sea una mujer capaz de expresarse, hacerse escuchar y que tenga el valor de hacer y luchar por lo que ella cree y quiere, siempre con respeto por y para los demás. Desde que vino a mi vida he aprendido a vivir en el asombro y la gratitud. Ella esta descubriendo todo por primera vez y lo hace con total inocencia y pasión lo cual admiro. Yo había olvidado como es vivir así y ahora que estoy descubriendo el mundo a través de sus ojos, puedo apreciar más los detalles y cosas pequeñas que daba por hecho. Ana Belén desde ya es un agente de cambio en la sociedad, a mí ya me cambió la vida y la mejoró en todo sentido. Espero poder ser para mi hija todo lo que mi mamá ha sido para mí y todo lo que ella necesita para crecer y convertirse en la mujer que ella quiere ser y dejar su huella en el mundo”.