No sabía que estaba deprimida
Cómo contar algo que no te has atrevido ni decir en voz alta.
Por la anónima
Si alguna vez te has levantado por la madrugada sudando frío y sin
poder moverte; si has pasado una noche en vela llorando y por la
mañana esperas que todo haya sido un sueño; si lo que antes te hacía
feliz ahora no te mueve ni un dedo; si el desgano es tal que no puedes
ni describir lo que sientes, me vas a entender.
Estoy segura que muchos dirían que no tengo motivos para estarlo. Tengo una buena familia, un grupo pequeño de buenos amigos, un buen trabajo y, por lo general, siempre logro sacar un chiste de la situación que vivo. Pero es aquello que pienso y siento cuando nadie me ve lo que realmente me carcome.
Los cierto es que todos esperan mucho de mí, y yo soy solo una humana más con una mente parecida a un nido de murciélagos.
Todo empezó el año pasado. Me percaté que mis emociones estaban nubladas. Además, un corazón roto, constantes comparaciones de éxito con los que me rodeaban y una nueva forma de menospreciarme a mí misma me hundían cada vez más. Siempre juré que yo no sería la que se quedaría llorando, que haría lo que me hiciera feliz y nada más y que siempre estaría bien sin importar qué.
Los rayos de dolor se amontonaban en mi pecho y cada vez me hacían más pequeña dentro de mi propio cuerpo. Dormía todo el día con tal de no sentir lo que experimentaba estando despierta.
Poco a poco me di cuenta que el desgano me vencía. Bajé 6 libras que justifiqué como parte del estrés. Ya no quería comer ni hablar con nadie. Me paré refugiando en libros rusos, películas francesas y esa
infame (excelentemente confeccionada) playlist que iba desde una Carla Morrison hasta Glen Hansard. Sí, soy masoquista.
Comencé a pelear con el mundo. No soportaba ni una broma de mis hermanos, sentía una rabia contra mis amigas que menospreciaban mis problemas y le pedía al cielo que al día siguiente no despertara.
“Mi vida es un fracaso”, “¿quién podría realmente querer así?”, “si ni siquiera soy buena para lo que creía ser buena, ¿qué hago?”. Los pensamientos me inundaban.
Los baños públicos se convirtieron en mis mejores aliados. Cada vez que sentía que esa lágrima desgraciada iba a caer corría para que nadie me viera.
Aún en un día tan especial en el que celebraba un logro por el cual me esforcé por tantos años, yo no quería ir. Mi amiga, a la única que le he logrado confiar este problema en su totalidad, me dijo que había tanto por qué estar agradecida, y yo lo sabía. Aún así, allí en medio de la ceremonia luchaba porque la santísima lágrima no me saliera.
Lo que fue peor, en mi casa tomaba tantos baños solo para poder llorar en la bañera y que nadie se diera cuenta.
Y, ¿por qué lloro tanto? Siempre he sido una llorona, pero esto ya no se trataba de tristeza. Lloraba porque era lo único que me comprobaba que aún podía sentir, que no había muerto del todo. Dejé de sentir tanto pesar y comencé a practicarlo como deporte.
Pensé que ocupando mi mente estaría mejor, pero me encontré encerrada en el baño del trabajo por unos minutos. Me compré un libro para pintar porque decían que ayudaba como arte terapia, pero solo me duró unos minutos la alegría. No se imaginan la cantidad de páginas que escribí de canciones con las únicas notas en guitarra que me sé.
Así que eso es. Tal vez es hora de admitir que tengo depresión. Pero no quiero que me tengan lástima o que crean que soy débil.
He luchado tanto por evitar pensarlo y no auto diagnosticarme, por lo que sería buena idea ir con un profesional. Tampoco me atrevo a buscarlo en Google porque seguro me vuelve a salir que sufro de una enfermedad mortal que padecen los peces.
Ponerle nombre hace el problema real, palpable, pero tal vez es la única salida para admitir que necesito ayuda. He conversado con otra gente que ha pasado por lo mismo, y ahora entiendo que no estoy sola. Eso es lo que quiero que sepas tú…no estás solo. Ahora entiendo que la gente que está a tu alrededor desearía poder hacer algo, pero si tú no les confías nada, ¿cómo habrían de adivinar?
Este es un trabajo que empieza por nosotros, pero con esto no quiero decir que es nuestra culpa. Esto no es algo que dejará de molestarte en unos días. Tú no tienes la culpa, y así como no puedes forzar estar saludable cuando padeces una enfermedad física, así tampoco puedes empujar el proceso a la sanidad mental.
La superación comienza por un corazón que no quiere vivir ahogado. Un alma amortiguada por deseos de un día mejor. El cambio empieza por ese paso tan doloroso al que le temes tanto.
Ve, respira un poco de aire fresco, no te atormentes con la idea de que debes tener todo bajo control. No estamos rotos, solo algo desgastados. ¿O acaso ves que alguien con una enfermedad física se avergüenza de decir sus síntomas?
No puedo decirte qué hacer porque ni yo he logrado salir de aquí, pero de algo estoy segura y es que voy a vivir este momento. Me voy a aceptar los tiempos cuando peor me siento porque es allí cuando escribo mejor. Voy a pensar bien de mis monstruos porque es por ellos que después podré ayudar a alguien al que también le aparecen por debajo de la cama. Y lo más importante, es que voy a creer que al final algo bueno saldrá de todo esto.
Pd.: No estás solo.