CARMELA ENRIQUEZ: LIFE IS LIKE A CHERRY BLOSSOM

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LIFE IS LIKE THE CHERRY BLOSSOM

Las flores de cerezo tienen la peculiaridad que, al caer o tratar de agarrarlas con las manos, se deshacen. Para Carmela, esa peculiaridad es la metáfora perfecta para tratar de entender la fugacidad de la vida y cómo todo tiene su tiempo. De la misma forma, ella también ve la espera del florecimiento de estos árboles y lo colorido del festival que celebra este nacimiento como una metáfora para celebrar la vida siempre. Por eso mismo, Carmela ve su pasado desde otra perspectiva, sin abrumarse por lo que le pasó ni entristecerse por sus decisiones. Más bien, lo ve feliz porque es gracias a todo eso que se convirtió en quién es hoy. Y es que, hubo una época, en que Carmela quiso morir. Esta es la historia de cómo superó el peor año de su vida. A sus 36 años, Carmela es una diseñadora, artista, esposa y mamá.

“La carrera solo sirvió para profesionalizarme, pero ya era artista.” Se describe como una mujer honesta, transparente y directa, diferente a la típica guatemalteca que “todo le da pena”. De pequeña, Carmela considera haber sido una niña muy feliz, completamente apoyada y amada por sus padres. Sin embargo, no todo era lo que parecía. Detrás del telón la situación familiar era complicada y conflictiva, pero Carmela no lo notó hasta ya mayor. “Durante mis primeros años de vida, mi padre fue una figura ejemplar” relata, “era una persona muy determinada que se aseguró que yo creciera bien, pero sin conocer sus verdaderos colores. Conmigo fue maravilloso”. Por su parte, su madre tiene una personalidad introvertida y, desde que ella era pequeña, respetó quién era Carmela y nunca la limitó. A pesar de los problemas en su hogar, Carmela asegura que siempre fue feliz. Con el paso de los años, se graduó del colegio, luego de la universidad y comenzó a trabajar. En general, todas sus experiencias estaban llenas de alegrías. Según ella dice “hay más alegrías que tristezas, pero los malos momentos hacen más ruido en el corazón y tocan fibras delicadas en cada uno de nosotros. Son nuestros puntos de inseguridad”. Uno de esos momentos data en el 2012. Cinco años antes, Carmela había iniciado una relación con un hombre de quien estaba perdidamente enamorada. Esta relación llegó a un punto de quiebre cuando se enteró que, desde el inicio, su ex pareja la había engañado en varias ocasiones. Para ella, este fue el inicio del fin.

“Me dolió tanto confiar en alguien”, explica “normalmente no confiaba fácilmente, y con él abrí las puertas de mi corazón y mi vida que nunca había abierto. Verme engañada fue muy duro, me hizo dudar de toda mi realidad”. Después de que el engaño salió a la luz, la relación comenzó a decaer. “El mal amor es el que te hace perder el propio y con él no sólo perdí el amor que me tenía a mí misma, me perdí yo” relata. Según ella cuenta, invirtió tanto de ella misma en esa relación que se quedó sin nada y “aunque lo que sentía en mi corazón era amor, era un amor que no multiplica sino resta” finaliza.

Los primeros seis meses del 2012 fueron difíciles, pero los segundos fueron peores. Él se fue de la casa que ella había formado con mucho amor. A partir de ese momento, Carmela comenzó a perder clientes y luego perdió su trabajo. “La verdad fue por decisión propia, podría haber seguido trabajando de alguna manera u otra, pero me di por vencida”, cuenta. Muy poco tiempo después, comenzó a tener actitudes negativas y hábitos destructivos y empezó a tomar mucho. Aunque ella piensa que tomar y salir de parranda no es malo, lo es cuando se hace de forma destructiva, “es diferente a tomar frustrada para olvidarte de tus problemas. Cualquier cosa para escapar no es bueno, dejó de ser divertido” En casa pasaba durmiendo casi todo el día, esperando que fuera de noche para salir. “Me quería matar y comencé a investigar formas para hacerlo. Dicen que el que se quiere matar, se mata, no lo piensa mucho, ni lo cuenta, ni pasa mucho tiempo planeándolo. Aparte está el vivo que está muerto en vida y se mata de poco a poco, eso es igual de duro.”

Carmela dejó de comer bien, y aunque ha sido de las épocas en las que su cuerpo estuvo delgado, no era sana y no era feliz. “Cerca de donde vivo hay una calle donde pasan camiones. A veces cuando estaba el semáforo en rojo, pensaba en presionar el acelerador y terminarlo todo”. Según ella, este tipo de pensamientos se convirtieron en sus compañeros de todos los días. Consideró tirarse de un puente pero ¿y si nunca la encontraban? También pensó matarse tomando pastillas, pero, ¿y si quedo peor? “Para estar peor, mejor no morir” solía decir.

Mientras tanto, la relación con su madre tampoco estaba en buenos términos. Sin embargo, era justamente pensar en ella lo que la detenía. Pensar en su madre la iluminaba y la paraban de hacer cualquier cosa, pero aún así los sentimientos destructivos persistían. “Todos los días cuando me iba a dormir, le pedía a Dios que me matara, me peleaba con Él, y le decía ‘si matarme es un pecado, ahorrame el pecado y mátame tú y que no vuelva a despertar’. Pero luego volvía a amanecer.” Hasta que se dio por vencida de que no iba a morir por una intervención divina.

Un día un amigo y vecino le dijo que salieran, pero no a parrandear sino a hacer otra cosa, lo que ella quisiera. Así que, después de mucho insistir, Carmela le pidió que le enseñara a montar bicicleta. Lo hizo creyendo que iba a fracasar y a lastimarse en el intento, para así tener una excusa para echarselo en cara, regresar a la cama y no volver a salir. “Pude montar en 30 minutos, eso encendió el chip de la alegría que hace mucho no había sentido. Me sentí niña otra vez y capaz. Fue una mezcla de emociones, sentir que estás volando, lograr algo que nunca había aprendido y que creí que nunca iba a aprender. Ese día fue maravilloso, a partir de entonces, no quise regresar a la cama, no me quería bajar de la bicicleta. Lo único que tenía era la bicicleta y ni siquiera era mía, era prestada” cuenta entre lágrimas y sonrisas. “A partir de ese día me despertaba todos los días a montar bicicleta. Mi meta era ir recto, porque aunque había aprendido ya a montar, era muy inútil para ir en línea recta. Pero si montar bicicleta era difícil y luego ya no fue tan difícil, ir recto tenía que ser menos difícil” Así que montar bicicleta todos los días en la calle Simeon Cañas en la zona 2 de la capital, era su última esperanza. “Cuando me pase la Calle Martí, recto dije, sí puedo. Aprender a montar bicicleta hizo que volviera a creer en mí. Creer que sí era capaz de hacer las cosas. Se convirtió en una metáfora de vida, logré el equilibrio”.

El 31 de diciembre, Carmela no tenía planes para pasar la víspera de Año Nuevo. Habló con una amiga que tampoco tenía planes y decidieron juntarse a hacer nada juntas. Luego otro amigo se les unió y así terminaron siendo 10 personas en su casa teniendo un banquete de fin de año. Ese día, tomó la decisión de ponerle fin a su estado de depresión y comenzar de nuevo. “Dije ‘hoy se acaba esta babosada, año nuevo, vida nueva’. Me agarre de un cliché pero funcionó”.

El 1ero de enero comenzó como una persona nueva, adentrándose en un proceso de recuperación y trabajo introspectivo. Poco a poco fue recuperando su fuerza, reconciliándose con ella misma y, principalmente, encontrándose. Montar bicicleta se convirtió en hobby y comenzó a hacerlo todos los días, así recuperó su salud física. Según ella, ese fue el primer paso de su recuperación. Dejó de salir y comenzó a disfrutar nuevamente su soledad, porque es buena, mientras esta sea saludable. “Me hacía compañía mí misma, hice las paces con mi persona para volver a ser mi mejor amiga. También hice las paces con Dios ya que en cualquier proceso de recuperación debes creer en una fuerza más allá de ti y volví a hablar con Él. Le dije ‘si me dejaste aquí y no quisiste llevarme, voy a vivir para volver a ver mi éxito.”

Luego de su recuperación, vino todo lo demás. “Para ser feliz en lo demás debes estar feliz contigo mismo. Y si eres feliz, tu pareja será feliz y tus hijos van a ser felices. Mi vida comenzó a cambiar porque yo decidí que iba a cambiar el 1ero de enero.” Exactamente 26 días después de aquel 1ero de enero, se reencontró con Jorge, ahora su esposo. “Era tan poquito lo que me tenía que esperar” relata, “pasé un año queriéndome morir, si alguien me hubiera dicho que ahí nomás estaba la felicidad…” Los tiempos de recuperación varían de persona en persona. Pero para Carmela el proceso de recuperarse y hacer las paces consigo misma fue relativamente rápido, ya que una semana después de reencontrarse, Jorge y Carmela comenzaron a vivir juntos.

Hoy llevan casi cinco años de estar juntos y, según ella, es un amor del bueno que viene en ambas vías. Con él pudo dejarse amar, y disfruta de un amor que la hace crecer, porque con el amor propio viene el de los demás. “Cuando lo bueno se multiplica es porque vas en buen camino. Hace un año, la vida nos dio la sorpresa de un bebé, si lo hubiera tenido antes tal vez no hubiera sido buena mamá. Ahora siento rico el producto de un gran amor”. Para Carmela, convertirse en mamá ha sido lo mejor de su vida. “Es el trabajo más retador y requiere muchísimo esfuerzo. Pero es milagroso. Las relaciones se pueden acabar, los trabajos pueden terminar, pero los hijos son el compromiso más grande que existe. Cuando la veo a ella, veo felicidad y amor. Eso es maravilloso. Esta es la guinda del pastel. ¡De todo lo que me hubiera perdido!”

Para Carmela, no hay que decir “de esta agua no beberé”. Ella dice que cayó en algo que rechazaba rotundamente “deprimirse por un hombre me parecía re ñoño”, explica. “Juzgué a mi mamá por no haber terminado su relación antes y cometí el mismo error.” Es por eso que Carmela nos enseña que no hay que juzgar a nadie, porque uno también se equivoca. “Ten abierto tu corazón, porque aunque va a haber gente que lo va a usar y lo va a quebrar, también va a haber gente que lo va a abrazar y amar y sólo viviendo intensamente puedes tener las emociones más intensas. Todo pasa, lo bueno y lo malo, disfruta lo bueno con todo y lo malo se va a terminar.” Darse por vencido no es opción porque, eventualmente, todo mejora.

Nada ha sido tan enriquecedor como aquél sombrío 2012 que ella llama “el peor año de su vida”. Es por eso que Carmela tiene tatuajes que le recuerdan a esa época. En la espalda la palabra ‘Paradiso’ porque bromeaba que si al matarse sentía calor en los pies le diría que leyeran el tatuaje y que supieran que iba en dirección incorrecta. Se tatuó las palabras de la famosa canción de Edith Piaf, Je ne regrette rien que, a pesar de quererse morir, no se arrepentía de nada, era como su obituario. Ahora tiene mayor significado. También tiene un 33/2014 que fue cuando su vida mejoró y logró la estabilidad. En la pierna se tatuó un tributo de esa época con una bicicleta, la frase Enjoy the ride, rodeado de hojas de laurel que significan el triunfo, rosas que son un símbolo de su feminidad, que también había sentido que había perdido. Y también tiene flores de cerezo que simbolizan lo temporal de la vida, lo bueno y lo malo. Hoy Carmela vive bajo la filosofía de “savoir vivre”, una frase en francés que en español significa “saber vivir” o “saboreando la vida”. Sin duda, tuvo que recorrer un camino rocoso y muy empinado para poder llegar a este punto, pero valió la pena todo el esfuerzo.

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