THE T MAN: ARTURO CHINCHILLA
Ingeniero en Sistemas de día, escritor-coach-ciclista por las noches. Esta es la historia de un Superman de carne y hueso, uno superó un paradigma médico y que logró lo imposible. Este texto se desprende de su pluma.
El accidente
En un abrir y cerrar de ojos, tu vida puede cambiar -siempre para bien, aunque duela un poco-. ¡Todo es cuestión de perspectivas!
Mi vida cambió para bien y todo empezó aquella tarde de mayo. Nos reuníamos con el “grupito de los rápidos” para hacer corridas cortas y rápidas. En el verano, en Lousiana (donde vivo), el cambio de hora da lugar a que podamos practicar después de las 17:00 horas. Ese día éramos tres los valientes. El plan solía ser: recorrer una distancia de 50 kilómetros, manteniendo una velocidad de +35 k/h.
“Valientes”, es la palabra clave.
En ese momento, me preparaba para competir en un triatlón, y justo había modificado mi bicicleta agregando barras de descanso para tener una posición más aerodinámica. Aún no me sentia muy cómodo al maniobrar la bicicleta. Para los no conocedores: las barras hacen que uno pueda ir sobre los antebrazos. Al ir en esta posición, no se puede frenar o cruzar fácilmente, pero se tiene mejor rendimiento y velocidad.
Nos fuimos como siempre, rápidos y furiosos. ¿La corrida? Una de las mejores. ¿La nueva posición? Increíble. ¿El feeling? Endorfinas por doquier. Llegamos a una señal de ALTO. Las 18:00 horas, las calles estaban bastante transitadas. En la parada, Valiente #1 y Valiente #2 hacen el cruce a la izquierda, sin parar (pues, son valientes). Yo, valiente pero precavido, me detengo. Como de costumbre, comienzan a bocinar las personas que conducen detrás de mí.
Sintiéndome un poco presionado: entre las bocinaderas y la urgencia de querer cruzar (y no quedarme atrás), hago el cruce deliberadamente.
-¿Viene carro? Sí, pero creo que puedo, creo.
En ese momento de valentía insensata se alinean las estrellas, no logro encajar el clip de mi zapato con el pedal y pedalear, y el impulso que doy no es suficiente como para cruzar la calle a tiempo. Entonces me doy cuenta que estoy a punto de ser impactado por un pickup que viene en mi dirección a toda marcha. Así como en las películas (aunque no me lo crean y sean haters), en este tipo de situaciones, se abre un vórtice del tiempo, y el tiempo se detiene.
El tiempo regresa a su normalidad, y ¡BOOM! En el impacto, pierdo el conocimiento. Tirado en la calle, regreso a la vida, y despierto. Es el sonido de mis fuertes suspiros el que me despierta. Suspiros de dolor. Al abrir los ojos, me doy cuenta que estoy rodeado de personas. Una de ellas sostiene mi cuello.
-¡No siento mis piernas!, ¡Por favor pellízquelas!, lucho ver mi cuerpo y piernas, pero no puedo.
Con palabras de calma, uno expresa: “Todo va ha estar bien, tranquilo. No muevas tu cuello. Aquí te tengo”. Cierro los ojos. Me entrego a ellos. Acepto que no puedo, acepto que estoy en buenas manos.
En cuestión de minutos llega la ambulancia. Me atienden los paramédicos y me hacen una serie de preguntas. Me cuesta responder algunas pues no puedo pensar de manera natural. En mi mente, me siento responsable de hacerles saber a estas personas que estoy bien (sin darme cuenta que mi físico muestra lo contrario).
Una nueva vida
El percance involucró un total de 56 fracturas: brazo, clavícula, pecho, pelvis, piernas. Complicaciones de respiración, falta de sangre, complicaciones urológicas. Tres cirugías: para atender a las fracturas. Diez días en el hospital. Dos días en control intensivo. Once días en el hospital de rehabilitación. Cuatro meses de rehabilitación en casa. Un año de rehabilitación manual. Cuatro meses en silla de ruedas. Un mes en muletas. Un año con Trastorno por Estrés Postraumático (TEPT). Seis meses de consultas psicológicas. Seis meses con uso de antidepresivos. Incontables buenos recuerdos. Incontables nuevas amistades. Incontables aprendizajes. Una nueva vida.
Acepté con valentía mi estado y me hice la promesa de hacer todo lo posible para recuperarme. “El dolor, es pues dolor. Con ese puedo. Soy fuerte. Pero voy a necesitar ayuda emocional. Necesito a mis amigos, necesito a mi familia, necesito a mi mamá.”
En su momento, los médicos diagnosticaron una recuperación larga. A raíz del daño causado por el accidente, se expresó que existía posibilidad que no lograra caminar con normalidad.
-”No señor, no lo acepto, y no lo quiero. ¡Rechazo esta apariencia de conflicto!” Después de tres cirugías, lo médicos pudieron confirmar que tomaría más de un año para que yo pudiera caminar sin problema. Esto con ayuda de una rutina intensa de terapia.
***
Logro aceptar mi destino. En el transcurso del tiempo, logro aprender cómo realizar todas las actividades necesarias para sentirme como persona.
Entonces doy lugar al comienzo de un estilo de vida con positivismo, perseverancia y fe. Tenía a mi disposición todas las herramientas necesarias para romper ese paradigma, y probarle a la ciencia que tenía superpoderes – o por lo menos así me sentía.
Tenia una misión: mejorarme. Iba a hacer todo lo posible para lograrla.
Querer es poder
Las bendiciones en esta vida dieron lugar a que nunca existiera soledad en mi ambiente. Mis amigos estuvieron todos, siempre a mi disposición. Mi círculo de compañeros de trabajo y ciclismo, también. ¿Y mi familia? por supuesto. Mi tía estuvo de arriba para abajo, siempre pendiente a mi. Mis hermanos, aunque de lejos, brindaron esa paz mental que tanto buscaba. ¿Y mi mamá? Ni se diga ¡El premio mayor!
Pasaron los dias. Mi cuerpo se restableció. Di mis primeros pasos 3 meses después del accidente. ¡Imposible! Estaba tan feliz que lloré. Un mes después de dar mis primeros pasos, llego el día. Bici nueva, vida nueva.
El siguiente paso era poder fortalecer mi cuerpo de manera que pudiera montar mi bici afuera como solía hacerlo. Tenía muchas restricciones físicas, no era cuestión de “ya estoy curado, démole con todo.” Tuve que ser muy precavido con mi esfuerzo, tuve que aprender a escuchar a mi cuerpo y dolor para saber su límite.
Día tras día, semana tras semana, mes tras mes. Logré poner mi cuerpo al límite. ¿Hubo dolor? Muchísimo. ¿Costó? Increíblemente. ¿Valió la pena? Sin duda alguna. Si somos capaces, podemos lograr llegar a un punto donde la mente puede más que el cuerpo. ¿Necedad? No, perseverancia. La perseverancia es la necedad con motivo.
Un año después del accidente, logré participar en mi primer carrera de ruta, Categoría 5 (USA Cycling), no con objetivo de ganar sino competir. Pero, ese día gané. Logré estar al nivel de físico de otras personas, debatí mi miedo y ansiedad interna y sentí libertad.
Controlar los problemas de ansiedad, ¿fácil? ¡Para nada! Este proceso como los demás ha sido una odisea. La mente tiene poder extraordinario – pero al estar “dañada” puede dañar de la misma manera. Con ayuda de psicólogos y medicamentos he logrado seguir adelante y sobrepasar esta pequeña prueba.
Recientemente, he logrado controlar los síntomas en su mayoría, al dejar los medicamentos a un lado, hacer pequeños ajustes a mi dieta, y uso de suplementos nootrópicos: ”Eres lo que comes”.
A raíz de mi experiencia y recuperación, mi interés hacia desarrollar mi capacidad de aprender y servir creció de una manera exponencial.
Mi historia puede causar mucho impacto e impresión. Sí, que increíble, rompí el paradigma médico. Mostré que lo imposible es posible. Pude debatir el dolor. Pude aceptar que tengo la capacidad de hacer cualquier cambio. Perfecto. Gané y sigo ganando, pero lo importante es que sepas que tú también puedes.