Home is not a house. It barely is a place.
Estas son las lecciones que Camila Sáenz aprendió viajando por el mundo.
Camila observaba el paisaje por la ventana del tren, el trayecto desde Beijing hasta Hunan duraba 8 horas, un recorrido de 1 mil 345 kilómetros. Era la primera vez que visitaba China, el destino elegido después de graduarse en Guatemala. El sonido que emitió su estómago le indicaba que había llegado el momento de comer y alcanzó el menú que le habían extendido. “Me estaba muriendo de hambre y no sabía qué pedir porque no entendía el idioma. En ese momento tuve una crisis existencial. ‘Yo me siento así del otro lado del mundo, pero así es como se siente la mitad de personas en mi país’. Comprendí la importancia del idioma para entender una cultura”, cuenta la joven de 23 años que bebe un café frente a mí. Confiesa que se conmueve cada vez que recuerda esta anécdota y lo mismo sucederá con otras historias que compartirá a lo largo de nuestra conversación.
Ciudadana del mundo
“Me fui hace cinco años de Guate. Viajé casi un año. Mi mamá y mi hermano me instaron a conocer otras culturas y distintas mentalidades, antes de decidir mi carrera universitaria”. En el camino se encontró a sí misma, se “reseteó”: “aprendí a desaprender; en Guatemala está la idea de pensar como los demás para encajar. Deseché todos los estereotipos que llevaba para replanteármelos desde cero. Existen otras formas de hacer las cosas, de ver el mundo, de vivir”, comparte Camila.
Pero existe otra razón que la llevó fuera del país, una más profunda. Desde los 16 años participó como voluntaria en la organización TECHO, “la primera casa que construí fue para Astrid, una niña de 5 años que vivía junto a sus dos hermanas y sus padres. Cuando terminamos el proyecto ella me abrazó, “Camila, ¡gracias! Ahora cuando llueva no me dará miedo que mis dibujos se mojen”. La experiencia cambió el rumbo de su historia personal. Participó activamente en el movimiento, trató de enrolar a su círculo de amigos, invitó a su familia a donar casas porque sentía un compromiso, el compromiso que le llevó a elegir la comunicación como carrera: ser la voz de aquellas personas a las que no escuchan todos los sectores de la sociedad. Y para eso era necesario tener las mejores herramientas para lograrlo.
Su idea era estudiar fotografía para comunicar a través de imágenes y Paris era la ciudad para aprender. Sin embargo, en uno de sus viajes llegó a España, donde conoció a Mónica y Carlos, dos guatemaltecos que estudiaban en Taiwán. Su brújula cambió y pensó en Asia como opción. El continente significaba un reto y una oportunidad para aprender. Regresó a Guatemala, aplicó a las becas que ofrece el gobierno de Taiwán y el de Corea, y fue aceptada. Su pasaporte ahora portaría el sello de Taipéi, donde estudió Periodismo y Comunicación en Taipéi.
unDifferent
LOOK– ¿Sin qué elemento no viajas?
Camila – Soy poco aferrada a las cosas materiales, después de TECHO fui menos materialista. Lo que sí llevo siempre es mi cámara y un diario. Durante los cuatro años que transcurrieron llené varios con sucesos, frases y pensamientos. Regresé a ellos por mi tesis, de ahí obtuve el material escrito para mi libro. ¡Me impresionó cuánto había cambiado!
El libro “unDifferent” es su trabajo de tesis, una recopilación de fotografías obtenidas en los viajes realizados por 33 países. Imágenes que captan distintos mundos, otras formas de vivir y de soñar, “quise plasmar que somos distintos pero, a la vez, somos iguales”. Rostros con rasgos únicos, niños disfrutando la vida, paisajes urbanos, momentos inmortalizados en cada página.
¿Cuál de todos los los destinos retratados representó un gran reto para Camila? Kenia. “Había aplicado a esta pasantía para trabajar en un periódico. Me preguntaron si en el área urbana o rural y decidí la segunda. No hago research antes de viajar así que no sabía a qué me enfrentaría”. Cuando llegó a Nairobi, se subió a un bus por 9 horas hasta llegar a una aldea remota llamada Kisi. Eran las 23:00 horas, la única luz que iluminaba el lugar provenía de la Luna. El pueblo más cercano se encontraba a 40 minutos en bus. “’Me tengo que acostumbrar’, pensaba. Debía caminar para obtener agua y pagarle al vecino del vecino para poder cargar mi cámara. Sin embargo, conocía estas condiciones pues no distaban tanto de la realidad en Guatemala. Cada día comíamos 7 rodajas de pan blanco para llenarnos. Me di cuenta que subía de peso, se lo comenté a mi host y él me contestó: ‘Es irónico, la mitad del mundo trata de bajar de peso y nosotros buscamos cómo sobrevivir’. Eso cambió todo. Yo ya no me dejo llevar por cosas así”.
Permanecer tanto tiempo fuera requiere de mucho valor, y de alguien que nos anime a perseguir nuestros sueños. “En mi caso, esa persona ha sido mi mamá. Nunca me ha dicho no, al contrario, siempre me ha apoyado. Por ella logré visitar todos esos países. Lugares distintos que me han dado lecciones distintas”.